El mundo está despeinado de senderos, autopistas, caminos que se cruzan y carreteras que no llevan a ninguna parte. Es una clase de melena que uno puede estar intentando peinar durante toda su vida sin llegar a conseguirlo nunca.
Al principio, apartar algún mechón de callejones detrás de las orejas, para que nadie pueda robarles la salida, parece una buena idea. Pero aún así, siempre hay alguien que consigue hacerse con ellas. Y es entonces cuando comprendemos que el que no arriesga no gana, y que los que más suelen ganar son los leones que no tienen miedo de llevarse unos cuantos trasquilones de esos que duele mirar.
Y como a veces no basta con que se crucen, al mundo le encanta llenarse la melena de trenzas de caminos y acostarse con el pelo mojado. Después duerme días, semanas, meses, años… Y cuando se despierta y se las deshace, esos caminos nunca vuelven a ser los mismos. Nunca. Aunque pase tanto tiempo que empiecen a aparecer canas.
Cada vez que a tu mundo se le deshaga una trenza, desearás ser calvo como una bombilla. Con todas tus fuerzas.
La mala noticia es que, por bien que se te de peinarte, te va a apetecer raparte más veces de las que te gustaría. La buena es que no lo harás. Y que algún día, más o menos lejano, te alegrarás de ello.
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