El mundo es feliz en Primavera. Es el despertar después del frío Invierno, un puente hacia el Verano, territorio de glorias, y una promesa de calor de corazón.
Un hombre es feliz en Primavera por el simple hecho de poder quitarse el abrigo y empezar a ser aquello que escondía debajo de una prenda oscura, pesada y con olor a cerrado. Un hombre es feliz en Primavera porque, abandonada la infelicidad del Invierno, comienza a sospechar que el sol durará mucho tiempo y le dará el calor que le ha faltado durante tantos meses, aunque no pueda trazarse un “para siempre”.
Y como un hombre es solamente un hombre, no puede evitar atravesar a lo largo de su vida más Inviernos de los que le gustaría. Pero, por suerte para él, siempre existirá la sospecha de una nueva Primavera y el recuerdo de las anteriores.
Por usos sociales, se tiende decir que cuando nacemos a todos se nos asigna una pareja. Incluso que estamos tejidos a imagen y semejanza. Que somos completamente iguales.
Dicen que después de emparejarnos quedamos unidos por una especie de fuerza mayor, como si nos pegase y no pudiésemos ser uno sin el otro nunca más.
Mi experiencia personal me dice que mienten. He tenido relaciones con individuos de todos los colores y tamaños. Nos hemos enredado, enganchado, anudado, asfixiado y revolcado por el suelo e incluso alguna vez he terminado debajo de la cama con bastante compañía.
Ya soy perro viejo. ¡A la mierda!
Cumpliré el sueño de todo calcetín. Seré el Sheriff del cajón de las bragas.
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