Mírala, es la reina de las locas. Todos piden a gritos su ejecución. Ahora mismo estoy en una plaza llena de gente, como en los mejores mercados del momento. Todos miramos hacia el mismo sitio, expectantes ¿Hasta dónde ha llegado la falta de decoro? Gritan al viento: "¡Qué vergüenza!".
Pienso qué habrá hecho esa mujer para ser tan odiada. Dicen que dejó de lado a los que la apoyaban. Comentan que se guió más por lo momentáneo, que por lo verdadero que le había acompañado toda la vida. Su entorno se cansó demasiado de advertirla de lo que pasaría. Y ahí la tenemos, delante de toda la sociedad, como un despojo humano. Grita suplicando el perdón, dice que no merece ser tratada así. Parece un escenario del medievo, pero no lo es.
La muchedumbre se va calentando y alterando. No soportan que ella, que les repudió en su día, quiera ver muestras de la clemencia que ella no dio. "¿Cómo osa?", piensan. El 80% de los presentes quieren verla hundida y descompuesta. Los 30 de la parte derecha han venido a ver si podían robar algo. Dos jóvenes acuden por ver si los chirmorreos estaban en lo cierto. Los balcones están abarrotados de señoras mayores, cuya mayor distracción son estos juicios públicos.
Y luego estoy yo, que me limito a observar. Pareciendo ajena a lo que ocurre me recluyo a la última fila, casi sin poder verla con definición. Yo, que parece que no tengo por qué estar aquí, me siento la más dolida de todos. Será porque yo fui una de las repudiadas. Y peor aún, fui juzgada por esta, sin ningún tipo de piedad. Ahora pienso, ¿seguirá pensando lo mismo de mi?. Pide clemencia a gritos, pero no sé si, en verdad, merece si quiera ser escuchada.
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